Dos autores para entender esta crisis: Orwell (1984) y Maquiavelo (El Principe)
Aunque 2020 no sea 1984, empieza a parecérsele mucho. George Orwell vaticinó a mediados del siglo pasado que en esa fecha el poder sería absoluto y único, un valor a conquistar, aunque para ello hubiera que sacrificarlo todo. Una vez alcanzado, lo único importante sería conservarlo a cualquier precio, aunque para ello hubiera que apoderarse de la vida y la conciencia de los súbditos.
La pandemia de coronavirus ha devuelto a primer plano de la actualidad la obra maestra del escritor nacido en Montihari (India), lo mismo que otro libro no menos importante y que al igual que el primero constituye todo un manual de instrucciones sobre el modus operandi de una dictadura, en la que el fin siempre justifica los medios: el Príncipe, de Nicolás de Maquiavelo.
Los últimos tres meses y medio han supuesto, de hecho, una involución de derechos en España sin precedentes desde la época de Franco. Al calor de la propagación multiplicada del SARS-CoV-2 y de la irrupción de casos de Covid-19 el Estado se ha erigido en una suerte de Leviatán con poder casi absoluto, en línea con lo descrito por Thomas Hobbes en su soberbio ensayo. A la lógica, aunque desmesurada limitación del derecho de reunión, con toque de queda nocturno incluido, que decretó el Gobierno con el estado de alarma se le sumaron pronto la limitación del derecho a la información e, incluso, la censura en las comunicaciones.
Nunca antes en democracia había sucedido nada igual. El gran hermano que describía Orwell en 1984 restringió el envío masivo de mensajes de telefonía y coartó la divulgación de otros en redes sociales en aras de un bien común que él sugería encarnar.
Desde marzo hasta la fecha los pasos dados hacia la disolución de la separación de poderes son innegables. La respuesta a la primera pregunta parlamentaria sobre el coronavirus tardó cuatro meses en llegar y aún quedan alrededor de 1.000 pendientes de contestar. Las respuestas ya enviadas son, en su mayoría, un cúmulo de generalidades y remisiones a webs cuyo contenido va cambiando continuamente para reconstruir la verdad oficial.
En este tiempo, Sanidad ha tratado de retirar de la circulación documentos oficiales; cuando no le quedaba más remedio que volverlos a divulgar, lo ha hecho eliminando el nombre de los autores, lo mismo que Stalin hacía en la URSS comunista con los personajes que debían ser purgados de las fotos o que intentó hacer el Gobierno de Gorbachov con los informes sobre Chernobil. Igual que las estadísticas, adulteradas para minimizar un daño que en España ha sido colosal.
Mientras esto ocurría, el Ejecutivo hacía uso del mismo neolenguaje orweliano descrito en 1984 para adormecer conciencias: “Esta virus lo paramos unidos”, “franjas horarias”, “nueva normalidad” o “salimos unidos” son ejemplos de ello. Los clásicos también dan la receta contra el virus del autoritarismo. Lean Vindiciae contra Tyrannos, de Stepahnus Junius Brutus, sin que el que esto escribe avale, por supuesto, el tiranicidio.
Autor Sergio Alonso
Fundador y director del suplemento A tu salud del diario LA RAZÓN- España
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